Un rincón de la Casa de las Palabras

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19 sept 2014

Los lamentos

El verbo quejarse no es precisamente defectivo, se conjuga sin descanso en todas sus personas, y los escritores hacen un buen uso de él. ¿De qué se quejan? De no disponer de buenas condiciones de trabajo. Si no tuvieran problemas económicos, si no hubiese que dedicar tantas horas a quehaceres alimenticios; si su salud fuese perfecta y no les molestaran dolores de muelas o de estómago, si los hijos no llorasen por la noche...

Si los vecinos no fueran tan ruidosos, si el teléfono no sonara sin cesar, si no hubiera que atender compromisos sociales o contestar cartas; si fuera posible vivir tranquilamente en el campo, en algún lugar cómodo, acogedor e idílico, y desde luego de renta, ¡qué gran obra podrían hacer! El mundo no sabe lo que se pierde.

Se quejan del tiempo y del lugar en que les ha tocado vivir. El país no les gusta, si uno fuera suizo o sueco o japonés o yanqui, sería muy diferente, aquí ya se sabe que escribir es llanto. ¡Y qué época! En cambio, los años veinte o el 1900, tan bonito. Aunque, puestos a pedir, ¿por qué no el París de Luis XV, la Venecia de los dux o el imperio bizantino? Aquello sí que estaba bien.

Se quejan de los lectores, que no les leen, de los editores, que no les editan (y cuando lo hacen pagan mal), de los libreros, que se conjuran para vender pocos ejemplares suyos, de los críticos, que no saben apreciar sus excelencias, de los jurados, que no les dan premios, de los periódicos, que no hablan de ellos ni les piden colaboración, del gobierno, que no les subvenciona (o no suficientemente), de los mecenas, que ya no existen.

Los escritores se quejan de los colegas, que siempre tienen mucha más suerte (aparte de otros factores inconfesables) que ellos, se quejan de la misma suerte, lo cual ya es una lamentación metafísica; no hay oficio más aperreado, pero curiosamente nadie lo abandona, por un Rimbaud nacen todos los años miles de vocaciones nuevas, y además indestructibles, eso sí, jeremíacas, pero sin la menor intención de dejarlo.

El universo entero está confabulado contra los escritores, y en medio de tanta adversidad    privativa de su gremio, porque al resto de los humanos nunca les ocurre nada    hacen lo que pueden, convocando a las musas contra viento y marea; pero si las circunstancias no fueran tan hostiles, producirían ininterrumpidamente libros geniales.

Sólo hay una cosa de la que nunca se quejan: de no tener talento.

Carlos Pujol, Cuadernos de escritura

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