Un rincón de la Casa de las Palabras

Un rincón de la Casa de las Palabras





24 jun 2011

Así será

Y anhelo que esa vida, hoy pálida e inerte,
tumultuosa sea, y varia y penetrante,
sin que un dolor ignoto, no pensado, me espante.
¡Lucharé, si es preciso, contra la misma suerte!

¡Que nunca me abandone la voluntad, y fuerte
ascenderé a lo alto con un gesto arrogante,
llevando un pensamiento que el ánimo levante
si desfallece un día al peso de la Muerte!

Todo antes que prosiga con esta opaca vida
de mediocres placeres y mediocres dolores.
¡Si hay que sufrir, se sufre; si hay que olvidar, se olvida!

¡Qué importan las heridas del dolor más enorme
si se alcanzan al cabo los supremos dulzores
de una vida completa, intensa y multiforme!...

Fernando Fortún (1890-1914)

17 jun 2011

Su rostro...

Su rostro   el rostro de ella    es el resplandor que todo lo ilumina y lo arrasa.

Años después, contemplando filmaciones de pruebas atómicas en el desierto, observando con regocijado espanto el modo en que ese viento fosforescente arrasaba pueblos falsos poblados por maniquíes siempre sonrientes, me dije que yo ya había experimentado algo parecido pero no recordaba dónde ni cuándo.

Y días atras, en el centro de El Incidente   Ezra entregándome esa foto en la que aparecemos los tres, en la que estamos todos, nosotros dos serios, y la carcajada de ella moviendo y borroneando su rostro   todo volvió a mí.

Todo menos su nombre.

O tal vez no sea que lo haya olvidado o que no pueda recordarlo.

Tal vez, lo que ocurre es que no quiero pensarlo y mucho menos decirlo por temor a que todo vuelva a desaparecer, a que su luz vuelva a apagarse y yo regrese a la oscuridad en la que he estado viviendo, sobreviviendo, por demasiado tiempo.

Rodrigo Fresán, El fondo del cielo

13 jun 2011

Salutación del optimista

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!

Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abandonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.

Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras, reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que, tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.

Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos:
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.

Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura:
en un trueno de música gloriosa, millones de labios 

saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!


Rubén Darío

7 jun 2011

Por el amor de Dios (El mendigo)

Huyendo de la tierra desnuda y trabajosa,
con mi silencio imploro, con mi estupor mendigo,
y cavo cada noche nuevamente mi fosa
en el pajar humilde que me sirve de abrigo.

Me dan sustento algre, si lo es alguna cosa,
arriba el fresco cielo y abajo el verde trigo,
y estúpido de vino, su fuerza ilusa posa
delante de mis ojos un tiempo sin castigo.

La anchura de los páramos es mi errante trabajo.
Con puro azul el agua de los arroyos bebo.
Conmigo siempre a solas hoy como ayer viajo.

Mi rumbo de repente trazo en el día nuevo.
Ni indago ni pregunto quién hasta aquí me trajo,
ni quién ha de llevarme con el dolor que llevo.

Leopoldo Panero

2 jun 2011

¡Diles que no me maten!

   ¡Diles que no me manten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
  No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
  Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
  No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a veras. Y yo no quiero volver allá.
  Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
  No. No tengo ganas de ir. Según eso, yo soy tu hijo. Y, si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
  Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
  No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
  Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia sacará con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo, él debe de tener un alma. Dile que lo haga por la bendita salvación de su alma.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio la vuelta para decir:
  Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
  La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.
Juan Rulfo, El Llano en Llamas