Un rincón de la Casa de las Palabras

Un rincón de la Casa de las Palabras





24 may 2011

El hombre

Emergió de aguas tibias
y maternales
para viajar a heladas
aguas finales

A las aguas finales
de oscuros puertos
donde otra vez son niños
todos los muertos
Óscar Hahn

17 may 2011

Todos fuimos pequeños

Todo el mundo, tú y tú,
no importa que envenes
pozos o que conviertas
gozo en melancolía
con tu siniestra magia;
todos, incluso tú
que sólo te diviertes
con el dolor ajeno,
tú que sonríes cuando
anuncian un desastre
o sueñas en la cama
repugnantes traiciones;
todos (tú también, monstruo
que surges de la sombra
y salpicas de sangre
las oscuras callejas)
fuisteis niños un día.
Piensa en tu infancia ahora.
En el llanto nocturno
que precedía al sueño,
en aquel desamparo
de enfrentarte a la muerte
siempre que te acostabas
al borde del abismo
que era tu cuarto entonces,
dominio del Diablo.
En las sórdidas aulas
del colegio, sembradas
de crueldad doméstica,
torpemente regidas
por mediocres psicópatas
expertos en maldades.
En el jardín ruidoso
donde el juego reinaba
con su ilusoria dicha,
con su mezcla infernal
de prestigio y espanto.
Todo el mundo vivió
aquel horror primero
que algunos inconscientes
se obstinan en seguir
llamando paraíso.

Luis Alberto de Cuenca

13 may 2011

(Historia infantil)

A Raúl fueron a buscarlo a la escuela de párvulos. Se lo contaría después en el internado a José Luis del Moral y también, algunos años más tarde, a su novia. Apareció una tía suya muy nerviosa mientras ellos estaban con el libro del patito rojo   así lo llamaban al libro de segundo año, por oposición al de primero, que tenía la tapa de color verde    abierto encima del pupitre y leían palabras largas y difíciles, como caracol, mosquito, bártulo o tranvía, el significado de las cuales muchas veces se les escapaba. Entró su tía en clase, interrumpiendo la lectura, se acercó a la mesa de doña Amelia, que estaba encima de la tarima, cuchichearon un rato, lo miraron de reojo mientras tanto tres o cuatro veces, y, por fin, dijeron: "Raúl, sí, tú, Raúl, ven, que te están esperando", y él recogió sus libros y los puso en la cartera y también puso dentro el plumier de madera que le habían regalado para reyes y que tenía arriba una cortinilla de láminas que se encogían para abrirse y se separaban para cerrarse. Mientras cerraba el plumier (baúl lo llamaban en su pueblo, o sea, casi lo llamaban como a él), una de las veces que levantó la vista, se dio cuenta, y eso que estaba lejos, a siete u ocho filas de la tarima, de que su tía estaba llorando, y a él se le ocurrió pensar qué habría hecho de malo para que en casa tuvieran ese disgusto y para que fueran nada menos que a la escuela a sacarlo de clase. Repasó mentalmente todo lo malo que había llevado a cabo durante las últimas horas y no encontró nada que pudiera provocar tanto malestar, aunque, parándose a pensarlo más despacio    y eso ya fue mientras recorría el espacio que había entre su pupitre y la tarima de doña Amelia   , se le ocurrió que seguramente fuera porque la tarde anterior se le había deshilachado la codera del jersey, dejando un agujero en la manga. Mientras se mantenía de pie ante su tía y la maestra, esperaba que sacasen a relucir el agujero en la manga del jersey, por eso se extrañó cuando la maestra le pasó la mano por la cara, y le dijo muy amable y en voz baja: "Hala, Raúl, vete con tu tía, y sé muy bueno con tu madre, porque ya eres un hombrecito".

Rafael Chirbes, La larga marcha

7 may 2011

El perseguidor

  Bueno, de acuerdo, pero antes le voy a contar lo del métro a Bruno. El otro día me di bien cuenta de lo que pasaba. Me puse a pensar en mi vieja, después en Lan y los chicos, y claro, al momento me parecía que estaba caminando por mi barrio, y veía las caras de los muchachos, los de aquel tiempo. No era pensar, me parece que ya te he dicho que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Te das cuenta? Jim dice que todos somos iguales, que en general (así dice) uno no piensa por su cuenta. Pongamos que sea así, la cuestión es que yo había tomado el métro en la estación Saint-Michel y en seguida me puse a pensar en Lan y los chicos, y a ver el barrio. Apenas me senté me puse a pensar en ellos. Pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba en el métro, y vi que al cabo de un minuto más o menos llegábamos a Odeón, y que la gente entraba y salía. Entonces seguí pensando en Lan y vi a mi vieja cuando volvía de hacer las compras, y empecé a verlos a todos, a estar con ellos de una manera hermosísima, como hacía mucho que no sentía. Los recuerdos son siempre un asco, pero esta vez me gustaba pensar en los chicos y verlos. Si me pongo a contarte todo lo que vi no lo vas a creer porque tendría para rato. Y eso que ahorraría detalles. Por ejemplo, para decirte una sola cosa, veía a Lan con un vestido verde que se ponía cuando iba al Club 33 donde yo tocaba con Hamp. Veía el vestido con unas cintas, un moño, una especie de adorno al costado y un cuello... No al mismo tiempo, sino que en realidad me estaba paseando alrededor del vestido de Lan y lo miraba despacito. Y después miré la cara de Lan y la de los chicos, y después me acordé de Mike que vivía en la pieza de al lado, y cómo Mike me había contado la historia de unos caballos salvajes en Colorado, y él que trabajaba en un rancho y hablaba sacando pecho como los domadores de caballos...
   Johnny    ha dicho Dédée desde su rincón.
   Fíjate que solamente te cuento un pedacito de todo lo que estaba pensando y viendo. ¿Cuánto hará que te estoy contando este pedacito?
   No sé, pongamos unos dos minutos.
   Pongamos unos dos minutos   remeda Johnny  . Dos minutos y te he contado un pedacito nada más. Si te contara todo lo que les vi hacer a los chicos, y cómo Hamp tocaba Save it, pretty mamma y yo escuchaba cada nota, entiendes, cada nota, y Hamp no es de los que se cansan, y si te contara que también le oí a mi vieja una oración larguísima, donde hablaba de repollos, me parece, pedía perdón por mi viejo y por mí y decía algo de unos repollos... Bueno, si te contara en detalle todo eso, pasarían más de dos minutos, ¿eh, Bruno?

Julio Cortázar, "El perseguidor"