Hablar de lo que importa es difícil.
Cuando uno está solo se piensa demasiado tiempo en la tristeza, o
cosas así. Cuando la mujer de Freddy se fue, cada uno tomó del
negocio las cosas que necesitaba. Yo me quedé con una caña de
pescar y un buen cuchillo. Inventé un sistema para cazar liebres con
un cajón y la caña de pescar. Así no había que estar atento todo
el tiempo para tirar la cuerda. Cuando la liebre entraba y se ponía
debajo del cajón, la caña caía sola y la liebre estaba perdida.
Tristeza. Ésa es una gran palabra.
Aunque si uno la pronuncia muchas veces ya no significa nada. Eso lo
aprendí cuando mi padre nos dejó. Mi hermano y yo no pudimos hacer
nada. Fue la última vez que fuimos a la ciudad con él. Dijo que
teníamos que arreglarnos solos de ahí para adelante, porque iba a
pasar mucho tiempo antes que volviéramos a vernos. Y así fue. Mi
hermano no esperó. Se fue al poco tiempo. Ese día lloré como una
chica, pero me tranquilicé pensando en cualquier cosa. Como ahora.
Que ya estaba grande para lloriqueos, me dijo mi hermano, cuando lo
dejé en la entrada del pueblo. No dijo si iba a volver por mí, y no
me atreví a preguntarle nada. Estábamos los dos enojados. Y además
yo lloraba, como ya dije.
Ahora, a veces, cuando es de noche y se
escuchan los lobos, y no ves ni la punta de tu nariz, me trepo al
techo y trato de distinguir la carretera. Puedo contar los vehículos
que pasan. Por las luces puedo adivinar si es un auto o algo más
grande. Imagino que un bus toma el camino hacia el pueblo y escucho
el ruido que hacen las piedras bajo las enormes ruedas y las liebres
saltando asustadas, encandilándose con la luz de los faroles. Y el
bus se detiene frente a la iglesia y ya están todos de vuelta de una
buena vez. La posada de fiesta, con los mineros borrachos y las
mujeres alegres y los chicos recogiendo monedas debajo de las mesas.
Y mucho más tarde mi padre volviendo a casa, tratando de no hacer
ruido para no despertarnos a mi hermano y a mí, botando sin querer
algo que siempre nos despierta.
No está bien que las cosas ocurran
así, creo. A alguien debería importarle que un chico salga a
caminar de noche por ahí, con los lobos rondando. Es lo que pienso.
Se me ocurrió una de esas noches en que no podía dejar de pensar en
mi padre. Mi hermano casi había dejado de interesarme. Todavía
estaba enojado y el caso fue que, sabiendo lo de los lobos, salí.
Pasó un rato largo hasta que los sentí acercarse. Como ya he dicho,
las noches aquí son verdaderamente oscuras.
René Arcos Leví