Un rincón de la Casa de las Palabras

Un rincón de la Casa de las Palabras





26 dic 2012

De los signos que aparecerán antes del Juicio Final

Sennores, si quisiéredes     attender un poquiello,
querríavos contar,     en poco de ratiello,
un sermón que fue preso     de un santo libriello,
que fizo sant Jherónimo,     un precioso cabdiello.

Nuestro padre Jherónimo,     pastor de nos e tienda,
leyendo en ebreo     en essa su leyenda,
trovó cosas estrannas,     de estranna facienda;
qui las oír quisiere,     tenga que bien merienda.

Trovó el omne bueno,     entre todo lo ál,
que ante del Judicio,     del Judicio cabdal,
verrán muy grandes signos,     un fiero temporal,
que se verá el mundo     en pressura mortal.

Por esso lo escripso     el varón acordado,
que se tema el pueblo     que anda desviado,
mejore en constumnes,     faga a Dios pagado,
que non sea de Christo     estonz desemparado.

Esti será el uno     de los signos dubdados:
subirá a las nubes     el mar muchos estados,
más alto que las sierras     e más que los collados,
tanto que en sequero     fincarán los pescados.

Pero en su derecha     será él muy quedado,
non podrá estenderse,     será como elado,
como parés enfiesta     o muro bien labrado,
quiquiere que lo vea     será mal espantado.

(...)
Gonzalo de Berceo

15 dic 2012

Llaneza

Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.

Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

Jorge Luis Borges

4 dic 2012

Poética

Busqué siempre en mis versos
un humano temblor, aunque sabía
que los mármoles tersos,
pura geometría,
resisten más el peso de los días.

Pero yo soy apenas
esta hora que vivo intensamente:
el río de mis venas
se aleja de su fuente
y se sume del tiempo en la corriente.

Canto la pesadumbre
del doliente vivir que es mi destino,
la loca incertidumbre
de ir abriendo camino
en soledad, a oscuras y sin tino.

En mi voz, al hablaros,
carga el dolor la fuerza de su acento,
y sólo he de dejaros
esta angustia que siento
en ritmo entrecortado de lamentos.

El hombre, viva llama,
que de su propio fuego es abrasado,
espera, sufre, clama
y corre desolado
con el terror ceñido a su costado.

El ángel irascible
sembrador de odios, inclemente,
en la tierra impasible
derrama su simiente,
que los hombres cultivan ciegamente.

Agónico presencio
el acoso del hombre perseguido;
escucho en el silencio
su confuso gemido
de dios muriente o animal herido.

Mi verso es así el grito
que en la más honda entraña me ha brotado.
Más que en frío granito,
quiero el nombre grabado
al pie de un verso en sangre sustentado.
Ildefonso Manuel Gil

16 nov 2012

Elogio metafísico de la destrucción

Un cíclope, atraído por el estruendo, asoma su cabeza gigantesca por encima de las montañas y mira con sorpresa el valle convertido en lago, con el único ojo, terrible y amenazador, que tiene en su frente.

EL CÍCLOPE.- Destruir es cambiar; nada más. En la destrucción está la necesidad de creación. En la destrucción está el pensamiento de lo que anhela llegar a ser.

Destruir es cambiar; destruir es transformar.

En el mundo en que nada se aniquila, en el mundo en que nada se crea, en el mundo físico, en el mundo moral, en el mundo en que la nada no existe...

Destruir es cambiar; destruir es transformar.

En el volcán que se levanta en medio del océano, en la isla que se hunde en el mar, en la ola que se evapora, en la nube que se condensa en la lluvia...

Destruir es cambiar; destruir es transformar.

En la tierra que se rompe con el arado, en el mineral que se funde en el horno, en el cuerpo que se volatiliza, en el prejuicio que desaparece...

Destruir es cambiar; destruir es transformar.

Pálidas imágenes del pensar humano, brutales explosiones de la materia inerte: sois igualmente destructoras, sois igualmente creadoras.

Destruir es cambiar. No, algo más. Destruir es crear.

Pío Baroja, Paradox, Rey

2 nov 2012

El amigo ido

Me escribe Napoleón:
"El Colegio es muy grande,
nos levantamos muy temprano,
hablamos únicamente inglés,
te mando un retrato del edificio..."

Ya no robaremos juntos dulces
de las alacenas, ni escaparemos
hacia el río para ahogarnos a medias
y pescar sandías sangrientas.

Ya voy a presentar sexto año;
después, según todas las probabilidades,
aprenderé todo lo que se deba,
seré médico,
tendré ambiciones, barba, pantalón largo...

Pero si tengo un hijo
haré que nadie nunca le enseñe nada.
Quiero que sea tan perezoso y feliz
como a mí no me dejaron mis padres
ni a mis padres mis abuelos
ni a mis abuelos Dios.
Salvador Novo

20 oct 2012

Watteau

Crepúsculos
vagos,
minúsculos
lagos,
bateles
galantes,
amantes
rondeles,
heridas
crueles,
queridas
infieles,
pastores
traviesos,
más besos
que amores,
jardines
lozanos,
festines,
lejanos
violines...
Enrique Díez-Canedo

10 oct 2012

Los caminos

A veces pienso que los días de mi vida se parecen a las teclas de esta máquina. Son redondos y precisos y justamente no hacen otra cosa que escribir.

Paco Urondo me ha dicho quiero que escribas algo para el Diario de Mendoza. Y yo le he dicho que bueno, que sí a esa voz precipitada que se dispara desde algún rincón de esta madre Baires y atraviesa una milla de paredes, y antes de colgar la voz me ha dicho un día de estos tomamos un café y charlamos y yo le he dicho que sí, que bueno y le he pedido a mi vieja que me sirva un café y bebo en honor de Paco este solitario café que de otra manera se enfriaría en el pocillo esperando el día porque aquí no hay tiempo realmente para las ceremonias del ocio y todo se reduce a voces y urgencias y paredes y señales. Y ahora me siento a escribir y en el mismo momento, a 600 kilómetros de aquí, mi amigo Lirio Rocha se sienta en la puerta de su rancho, porque sus días son igualmente redondos, sólo que en otro sentido, y si el mar lo permite son también precisos, a su manera, se sienta, como digo, en la puerta de su rancho, en la Punta del Diablo, al norte del Cabo Polonio, entre el faro de Polonio y el de Chuy, y mira el mar después de cabalgar un día sobre el lomo de su chalana, porque es el tiempo de la zafra del tiburón, ese oscuro pez del invierno hecho a su imagen y semejanza, y se pregunta (es necesario que se pregunte para que yo siga vivo porque yo soy tan sólo su memoria), se pregunta, digo, qué hará el flaco, es decir, yo, 600 kilómetros más abajo en el mismo atardecer. Y entonces yo me pregunto a mi vez qué es lo que hago realmente, o para decirlo de otra manera por qué escribo, que es lo que se pregunta todo el mundo cuando se le cruza por delante uno de nosotros, y entonces uno pone cara de atormentado y dice que está la Gran Cosa, la misión y toda esa lata, pero yo sé que a mi amigo Lirio Rocha no puedo decirle nada de eso porque él sí que está en la Gran Cosa, esto es, en la vida y que yo hago lo que hago, si efectivamente es hacer algo, como una forma de contarme todas las vidas que no pude vivir, la de Lirio por ejemplo, que esta madrugada volverá al mar, de manera que se duerme y me olvida.

Y yo dejo de golpear esta máquina. Y ahora, que es noche cerrada y las voces y las paredes se han muerto hasta mañana y la Gran Noche de Baires se parece al mar, pongo un disco de Jobim para no morirme del todo y pienso en mi otro amigo, porque es el momento de los amigos y las ausencias, mi amigo Alfonso Domínguez, capitán, que vive también frente al mar, algunas millas más abajo sobre el lomo salado del Cabo de Santa María y que toca la flauta como Herbie Mann y talla mascarones como el Aleijadinho y que aparte de eso calcula la derrota de cada barco que pasa en el horizonte y bebe una copa de vino a cada cambio de viento, siempre que no tarde demasiado, y entonces vuelo a golpear otra tecla y otra porque me digo que, después de todo, nadie sabrá de ellos si no es por este viejo artificio, y que es igualmente urgente y necesario que mi amigo Antonio Di Benedetto y Mercedes del Carmen Thierry, que tiene los ojos más sabios del mundo, y don Florencio Giacobone que vive en Rivadavia y prepara las mejores conservas de este lado de la tierra y que todos los inviernos baja al Delta a faenar un par de cerdos en el almacén del Nene Bruzzone, que nació en las islas y tripuló aquel doble par de leyendas con el flaco Bataglia cuando todos los remeros eran campeones, y el resto generoso de los muchos y buenos amigos de Mendoza tengan noticias de estos otros amigos que viven frente al mar, y es así que por fin entiendo cuál es la Gran Cosa, porque yo los junto a todos ellos, salto sobre las distancias y el tiempo y los junto a todos ellos en esta mesa del recuerdo que tiendo y sirvo para mis amigos.

Haroldo Conti

11 sept 2012

Arte poética

Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,

como un amo implacable
me obliga a trabajar de día, de noche,
con dolor, con amor,
bajo la lluvia, en la catástrofe,
cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,
cuando la enfermedad hunde las manos.

A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.
Juan Gelman

3 sept 2012

Costumbres

Pensá en esos que matan el tiempo
acodados a las barras de los bares
con sus vasos de vino, imperturbables.

Pensá en los esquimales
y sus muchas palabras para nombrar al hielo
que es bueno, que es malo;
que sirve y no sirve para construir.

Pensá en los que se sacan fotos
con el agua hasta las rodillas,
alzando entre sus brazos
un pescado plateado e inmenso.

Pensá en ese chico
esperando en la penumbra
que la madre venga a ponerle
el almidonado guardapolvo.
Fabián Casas

13 ago 2012

Para que tú las oigas

De las fuentes del sueño
brotaron mis palabras,
del manantial del tiempo.

Compártelas conmigo;
detente aquí un momento.
Para que tú las oigas,
sobre el papel las dejo.

Son míos y son tuyos
su esperanza y su miedo,
la soledad que tienen,
la luz que llevan dentro.

Oye su leve música,
escucha sus silencios,
y vuelve a tus asuntos
y a tu camino luego.

Mis palabras brotaron
de las fuentes del tiempo,
del manantial del sueño.
Eloy Sánchez Rosillo

30 jul 2012

Teoría de Dulcinea

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.

Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de patrañas, embustes y despropósitos.

En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.

El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos, a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca.

Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
Juan José Arreola

11 jul 2012

Taza

Una lluvia torrencial, impetuosa. Cortina de agua entre los ojos y el sol. Obscuridad; en la obscuridad, brillo del agua que cae. Demasiado denso el turbión para ser agua; no es granizo; no son copos de nieve; ni pedacitos de hielo. Resplandor súbito; el suelo cubierto de una espesa capa de tiestos; tiestos de brillante loza. Millones de fragmentos de tazas; las tazas rotas de una casa en cien años; las de un pueblo; las de una nación; las del mundo entero. Montaña, cordillera de fragmentos de blancas, rojas, azules, amarillas, verdes tazas. En el ingente monton, una taza de color amarillo; una taza íntegra sin desportillamiento, sin grietas. Una taza amarilla que fulge al sol; un rayo de sol que resbala por la redondez de la tacita amarilla. Sola, esta taza, sobre el sedimento de los tiestos de millones de tazas.

Vasar; armario; alacena, fila de vasos de cristal; jarros, jícaras; tazas colocadas simétricamente. Entre las tazas, de todos los colores, la taza amarilla; como escondida, recatada, sin que quiera que la veamos. En la casa pobre, la taza que ha descendido a lo largo de las generaciones, de padres a hijos; sin romperse; sin desportillarse; sirviendo en su concavidad el caldo, la manzanilla, la tila, la malva, el cantueso. Llevada y traída por todo el ámbito de la casa; hacia el cuarto del enfermo; del cuarto del enfermo al barreño para ser fregada; puesta después en el vasar. Cincuenta años, sesenta, tal vez cien. Aquí en su leja sencilla y modesta; si la miramos, pensando en sus méritos, aunque no pronunciemos el elogio, su color amarillo se torna vivo carmín; el carmín de las mejillas de una virgen pudorosa. Si, emocionados, con las manos titubeantes, intentamos cogerla, el carmín se torna palidez de muerte. No querer morir; querer seguir descendiendo de mano en mano por la pendiente de las generaciones; querer seguir estando en las manos temblorosas de estas pobres gentes que la llevan por la casa hasta el cuarto del enfermo; en el cuarto del enfermo, ser aproximada poco a poco a los labios; ser tocada, besada, por los labios; escuchar el hondo suspiro de sosiego, de esperanza, que de los labios se exhala después de haber absorbido el líquido que llevaba en su concavidad. No pretender nada; no ser bonita; ser de loza tosca y sencillamente pintada; pero tener la satisfacción de haber aliviado muchos, incontables dolores. Y aquí, ahora, en el vasar, en la alacena, entre los vasos, entre las jícaras; dominada por un jarro altivo, arrogante. Un jarro que la mira a ella por encima del hombro; por encima de su ancha boca. Repentinamente, en el rayo de sol que entra por la ventana, entran también unos cartones que van a colocarse debajo de cada taza. Los rótulos dicen:  Cien metros; trescientos metros; quinientos metros... Las demás tazas han caminado poco por la casa; el rótulo que ha venido a colocarse debajo de la taza amarilla dice: seis kilómetros. Un caminar enorme; seis kilómetros en cien años; seis kilómetros en la casita reducida, pobre; seis kilómetros en tan breve trecho como hay del vasar a cuartos donde están las camas; seis kilómetros de ir y venir llevada por las manos piadosas de estas gentes sencillas; seis kilómetros, en tanto que en su seno se removía, con un ruidito sonoro    ese ruidito que conocen los enfermos    , la cucharilla que agita el líquido. Aquí, ahora, descansando, en el vasar. Todo obscuro. De pronto, el rayo de sol que se concentra en la tacita amarillenta y la hace brillar con un resplandor maravilloso; el resplandor divino que tiene la caridad.

Azorín, Pueblo

14 jun 2012

Consejo obrero

En cambio, sobre Daniel hubo un arduo debate. En el fondo, ninguno de los delegados le quería. Le odiaban tanto o más que al traidor Bartolo. En último caso siempre era más peligroso aquel tipo fuerte y entero que cualquier pobre diablo de los que estaban cayendo a diario. Un hombre como Daniel era el peor enemigo de la revolución y de la dictadura del proletariado. Había que acabar con él. Les detenía el escrúpulo de que no se le había podido encontrar por ninguna parte rastro alguno de actividad contrarrevolucionaria. Ni había sido fascista, ni había pertenecido jamás a ningún sindicato amarillo. Se había limitado a desconocer y desacatar las organizaciones proletarias de la lucha de clases, a no secundar las huelgas y a procurarse mejoras económicas trabajando a destajo o en horas extraordinarias, contrariando los acuerdos e intereses sindicales. Daniel había sido siempre el enemigo de la organización. Su rebeldía contra la disciplina proletaria y su desdén por los líderes obreristas estaban bien probados. Pero, a pesar de todo, era indiscutiblemente un obrero, un proletario ciento por ciento; ni un "cuchillo para los trabajadores" ni un "lacayo de la burguesía". ¿Tendrían derecho a condenarle quienes en nombre del proletariado hacían la revolución y administraban la justicia revolucionaria?

Todos, en el fondo de su conciencia, sabían que no.

Le condenaron, sin embargo. ¿Por qué? Por lo mismo que condenaba antes la burguesía: por miedo. Miedo a la libertad. El miedo odioso del sectario al hombre libre e independiente. ¡Fue una lástima! El día en que el consejo obrero expulsó del taller al obrero tornero Daniel, se perdió la causa del pueblo. Los cañones del ejército sublevado martilleaban inútilmente las trincheras de Madrid; los aviones italianos y alemanes asesinaban en vano mujeres y niños. Pero la causa del pueblo se había perdido por este sencillo hecho. Porque el consejo obrero de una fábrica había tomado el acuerdo de expulsar a un obrero por el delito de haber defendido su libertad.

Manuel Chaves Nogales, A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España.

1 jun 2012

La última felicitación

Aunque ripioso, improviso,
¡Tres meses enfermo en casa!
(Grijalba 10, junto al Viso)
aquí reposo, repaso,
me examino y me confieso.
Nada espero de la U.S.A.
ni creo en la esencia rusa.

Los que pisaron la rosa,
prohibieron la sonrisa
y asustaron a mi musa.
De la catástrofe esa
ninguno ha quedado ileso.

El arte es turbio y espeso.
La comida muy escasa.
La cultura muy Espasa.

Sin sonrisa, musa y rosa.
Hay que apresurar el paso,
inscribirse en El Ocaso
y morirse y a otra cosa.

Paco Vighi (Palencia 1890 - 1962)

12 may 2012

Puentedeume (tarde)

En este pequeño puerto
hay una sombra antigua
y dos lanchones podridos.
Hay un agua verde y negra
que cubre en parte
los peldaños de granito
donde estoy sentado.

Es pleamar...
La lucha del mar y el río
ha cesado.
La tarde, el río, el mar, el pueblo,
todo esto en esta hora
se funde lentamente, sin ruidos.

Una pequeña lancha,
blanca como un pie desnudo,
camina hacia el mar abierto.
La hora, la tarde, el cielo
suavemente la empujan.
Ella no sabe que es
un acontecimiento.

Pues todo, todo,
parece estar pendiente de su huida:
este oro en reposo,
este sueño de la tarde
la contemplan dichosos.

Camina, camina
sobre bruñida plata.
(¿Quién puede pensar ahora
que los verdes náufragos
la contemplan desde el fondo?).
Allá en la lejanía te esperan
una apoteosis de nácares,
de amarillos,
de azules...
Allí, donde Dios parece
tener su trono.
Luis Pimentel

30 abr 2012

Dedicatoria

A mi esposa Carmen Antinucci.

Me hubiera agradado ofrecerte una novela amable como una nube sonrosada, pero quizá nunca escribiré obra semejante. De allí que te dedico este libro, trabajado por calles oscuras y parajes taciturnos, en contacto con gente terrestre, triste y somnolienta. Te ruego lo recibas como una prueba del grande amor que te tengo. No repares en su palabras duras. Los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas. Por eso no encontrarás aquí doradas palabras mentirosas, ni verás asomar el pie de plata de la felicidad, pero tú, que eres comprensiva y tan amiga mía, recíbelo como recibiste mis otros libros, escritos bajo tu mirada pensativa. Tu agrado será mi mejor premio.

Roberto Arlt, El Jorobadito

6 abr 2012

La saeta



¿Quien me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
(Saeta Popular)

¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la Cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Antonio Machado

27 mar 2012

En la perfecta edad

El sabor del café, el cigarrillo,
el pausado paseo de la tarde,
el olor de la tierra cuando llueve,
la grata charla con algún amigo
y alguna rara página gozada
son tu amor a la vida, tus sentidos.
Ahondan las heridas con el tiempo
aunque oculten a su vez las cicatrices.
La juventud pasó, y eso que tienes
es lo que llaman madurez los necios.
Fernando Ortiz

18 mar 2012

Habla

¿A qué lengua se traduce la lluvia?
¿Cuántas sílabas forman el perfume
que la rosa destila? ¿Con qué rima
uncirías las olas de la playa?
¿Serías tú capaz de discernir
los hemistiquios en el beso último
de dos amantes, y ponerle acentos
al silencio sutil de sus pupilas?
¿Qué humana ortografía serviría
para ese ladrillo que a lo lejos
se oye en plena noche o para el pulso
que late en todo astro, incluso muerto?
Dime con qué alfabeto se transcribe

el sueño de la vida,
dímelo sin palabras, que son merma,
sin rima, sin acento, sin medida,
y luego, habla. 

Andrés Trapiello

9 mar 2012

A callarse

Qué puedo decir
ya
que no haya dicho
qué puedo escribir
ya
que no haya escrito
qué puede decir nadie
que no haya
sido dicho cantado escrito
antes.
A callar.
A callarse.


Quiénes somos
qué pasa
qué extraña historia es ésta
por qué la soportamos
si es a nuestra costa
por qué nos soportamos
por qué hacemos el juego.


Qué asco
qué vergüenza
este animal ansioso
apegado a la vida.
Idea Vilariño

3 mar 2012

Divagación en torno a los nenúfares

Cuentan que cierta mañana de otoño iba don Miguel de Unamuno paseando con Amado Nervo y acertaron a pasar a orillas de un estanque.

   ¡Qué plantas tan bonitas, don Miguel, ésas que flotan sobre el agua! ¿Cómo se llamarán?    preguntó el poeta, deteniéndose a mirarlas, con los ojos asombrados de quien las estuviera viendo por primera vez.

   ¡Nenúfares!    le contestó inmediatamente Unamuno   . Eso que saca usted siempre en sus poemas.

(...)

La mayor parte de los "intelectuales"    palabreja a la, dicho sea de paso, tengo una gran antipatía     plagan sus discursos de nenúfares. En nenúfares se convierten, pongo por ejemplo, la libertad, la condición de la mujer o la justicia social para quien al mismo tiempo que elabora peroratas más o menos brillantes sobre dichos asuntos, no se entera de que está tiranizando a los demás, es incapaz de hacer un esfuerzo para hacerle la vida agradable a la mujer concreta que tiene a su lado o no ve en la miseria y necesidad de los seres con cara y ojos de su más próximo entorno sino una inoportuna interrupción que obstaculiza su carrera magistral de redentor del género humano. Nenúfares son todas las abstracciones en letra mayúscula que tanto impresionan lanzadas desde el Parlamento, la cátedra, la televisión o la letra impresa, pero que a nadie le cuentan nada que pueda traer al recuerdo para sentirse confortado en el callejón sin salida de sus noches de insomnio, nenúfares los pretextos en nombre de los cuales se emprende una guerra para redimir a una humanidad cuyos miembros no se vacila en dejar sangrientamente diezmados; nenúfares la paz, la dignidad, la comunicación y el amor; nenúfares muertos, sapos disecados sobre el manto de tan solemnes predicadores.

Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar

22 feb 2012

Mito

El Héroe robó a los dioses el espejo, corrió hacia la Verdad y se lo puso delante de la cara diciéndole: "¡Conócete!" "¡Mientes!", clamó la Verdad hacia su propia imagen, al verse tan horrenda, y con el solo trueno de su voz pulverizó el espejo en miríadas de añicos diminutos que el viento dispersó como la arena. De esta manera, si, haciéndole mentir, el Héroe había vencido, en efecto, a la Verdad (ya que habiendo mentido justamente acerca de sí misma se transmutó del todo y para siempre en la Mentira), también la Verdad, a su vez, destruyendo aun a costa de su propia ruina el espejo retador, había logrado desarmar al Héroe y hacerlo definitivamente inofensivo contra sí, pues no quedó de lo veraz más sombra por todo el universo que el vago e inocuo iris que bajo el sol sesgado del poniente formaban por un instante cada día los infinitos añicos del espejo, dispersos por remotos y desolados arenales, mientras que la que ya no fue a partir de entonces más que la Mentira pudo seguir recibiendo en todas partes la pleitesía y el homenaje que se rendían de antiguo a la Verdad.

Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos

11 feb 2012

La muralla

Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
Los negros, su manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.

—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—Una rosa y un clavel...
—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El sable del coronel...
—¡Cierra la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—La paloma y el laurel...
—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El alacrán y el ciempiés...
—¡Cierra la muralla!

Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla...

Alcemos una muralla
juntando todas las manos;
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte...

Nicolás Guillén

6 feb 2012

El verdadero artista

No cuadro, no escultura,
no música, no poema.


El verdadero artista
es el que su Alegría crea.

Gloria Fuertes

25 ene 2012

Canciones entre el alma y el esposo

Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas;
y allí nos entraremos
y el mosto de granadas gustaremos.

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía;
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:

el aspirar del ayre,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

Que nadie lo miraba...
Aminadab tampoco parecía;
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.

17 ene 2012

(Mirando recuerdos)

De esto hace  más de veinte años. Ahora, mientras respiro sobre aquellos recuerdos, estoy sentado en un banquito rojo, echado sobre una mesita azul, rodeado de reflejos verdosos y dorados que hace el sol en las plantas; y todo esto en un galpón abierto de piso de tierra, de una casa que a esta hora siempre está sola. En este tiempo presente en que ahora vivo aquellos recuerdos, todas las mañanas son imprevisibles en su manera de ser distintas. Sin embargo, lo que es más distinto, el ánimo con que las vivo, la especial manera de sentir la vida de cada mañana, la luz diferente con que el sol da sobre las cosas, las formas diferentes de las nubes que pasan o se quedan, todo eso se me olvida. Únicamente quedan los objetos que me rodean y que sé que son los mismos. Todas las noches, antes de dormirme tengo no sólo curiosidad por saber cómo será la mañana siguiente, sino cómo veré o cómo serán los recuerdos de aquellos tiempos. A veces me concentro tanto en ellos, que de pronto me sorprende este presente. Y no precisamente la mañana de hoy     en que todo fue tan agradable, en que tuve el placer de vivir y en que me siento aislado, robando ratos a ciertas penas    , sino que se me hacen incomprensibles los tiempos en que ahora vivo. He renunciado a la difícil conquista de saber cómo era yo en aquellos tiempos y cómo soy ahora, en qué cosas era mejor o peor antes que ahora. A veces pienso en lo larga y tolerante que es la vida, después de haberla malgastado tanto tiempo. Otras, cuando pienso en los amigos que se me murieron y en que yo sigo viviendo, me parece que este tiempo es robado y que lo tengo que vivir a escondidas. Otras veces pienso que si me ha dado por escribir los recuerdos, es porque alguien que está en mí y que sabe más que yo, quiere que escriba los recuerdos porque pronto me iré a morir, de no sé qué enfermedad. Y hasta siento cómo viven los de mi familia un poco después de mi muerte y me recuerdan con cariño. ¿Y nada más? Pero no, yo me echo vorazmente sobre el pasado pensando en el futuro, en cómo será la forma de estos recuerdos. Por eso los veo todos los días tan distintos. Y eso será lo único distinto o diferente que me quede del sentimiento de todos los días. El esfuerzo que haga por tomar los recuerdos y lanzarlos al futuro, será como algo que me mantenga en el aire mientras la muerte pasa por la tierra. Al revolver todas las mañanas en los recuerdos, yo no sé si precisamente manoteo entre ellos y por qué. O cómo es que revuelvo o manoteo en mi propia vida, aunque hable de otros. Y si eso hago en las mañanas, no sé qué ha pasado por la noche, qué secretos se han juntado, sin que yo sepa, un poco antes del sueño, o debajo de él.

Felisberto Hernández, Por los tiempos de Clemente Colling

4 ene 2012

Villancico de la falta de fe

La estrella es tan clara que
no todo el mundo la ve.

En el cielo hay una estrella
nueva y lentísima, es
la estrella de Dios que guía
hacia el portal de Belén.

Los Magos, como son magos,
vieron la estrella nacer;
los hombres, como son hombres,
la miran y no la ven.

Baltasar tiene la carne
morena como el almez;
es viejo, tan viejo
que ha muerto más de una vez,

y Melchor es tan creyente,
tan iluminado, que
siempre que sus ojos miran
se ven sus ojos arder.

Pasan ciudades, ciudades
con calentura en la sien,
donde la estrella, que es niña,
se apaga para no ver.

Pasan desiertos, desiertos
como los hombres también,
y bosques que acaso nunca
volverán a florecer.

Pasan años y los hombres
siguen padeciendo sed,
la estrella sigue en el cielo,
sólo muy pocos la ven.
Luis Rosales