Un rincón de la Casa de las Palabras

Un rincón de la Casa de las Palabras





14 jul 2013

(Recapitulando)

   Yo, pues ya me conoces.    Bajo una gorra de payés le observaban unos ojos lacrimosos y amarillos   . Yo no trabajo para esos, coño, no me da la gana. El carota no se rinde, collons.

   No me digas que aún vives del cuento    riendo Lage   . Mira lo que le pasó al marinero: apuró tanto la cosa que no se enteró de que la trapería fue destinada al derribo y dicen que un día encontraron un esqueleto aplastado con el gato y las ratas, quizá llevaba veinte años allí...

Dejó de reír añadiendo oye, puedes creerme, hablo en serio: no es bueno vivir de recuerdos, carota. Palau parpadeó sobándose la pelambre canosa de las mejillas, respirando con dificultad, golpeándose el pechugón asmático lleno de silbidos y resonancias: ¿Marcos Javaloyes?, dijo, éste se unió al otro grupo, en el cincuenta y nueve calculo que sería, y los trincaron a todos. Que no, hombre, replicó Lage, que acabó de mala manera mucho antes, parece que iba por ahí recogiendo colillas con una ninfa, se sentaron un rato en un descampado y volaron por los aires, ni se enteró, el pobre, sería un Laffite de la guerra que quedó sin explotar. Meneó Palau la cabeza, la sonrisa renegrida y llena todavía de dientes en su cara de caballo: hace años, una pila de años, un domingo que mi chico fue a la playa con los amigos vieron a un pobre de pedir metiéndose como una rata en el tunel de Montgat. Por mi parte juraría que un día le vi haciendo de hombre-anuncio en las Ramblas, pero... Se encogió de hombros y añadio: no sé, a veces me gusta creer que aún puede estar escondido en alguna parte, pensando en las musarañas.

   No sería el único, no.

   Ya ves, tanto bregar y para qué.

Hablarían de armas que nunca llegaron y de oscuros desalientos, de aquel desamparo y aquella obstinada soledad del escondido tejiendo laberintos en la memoria, de amigos torturados y baleados hasta los huesos; hablarían de la noble causa que acabaría sepultada bajo un sucio código de atracadores y estafadores, de un hermoso ideal cuyo origen ya casi no podían precisar, de una ilusión que los años corrompieron. Evocarían hombres como torres que se fueron desmoronando, compañeros que no regresarían nunca de su sueño, y que no quedaría de ellos ni el recuerdo, ni una imagen: ni la postura en que cayeron acribillados, quedaría.

Juan Marsé, Si te dicen que caí